¿Puede el patrimonio contribuir a la mejora de la felicidad?
“Todas las familias felices se parecen, cada familia infeliz lo es a su manera” – León Tolstói, Anna Karénina.
Esta célebre frase plantea una reflexión atemporal: ¿puede el patrimonio contribuir a la mejora de la felicidad? Puede ayudar, pero no lo garantiza. Su impacto en la vida diaria de las personas depende de cómo se haya obtenido, cómo se gestiona y cómo se integra en la vida personal y familiar.
Estudios como los de Daniel Kahneman y Angus Deaton (2010), y Matt Killingsworth (2021), concluyen que el bienestar diario mejora con mayores ingresos hasta un umbral aproximado de 75.000 - 100.000 dólares/euros anuales. Esto se debe, principalmente, a un menor estrés financiero, a una mayor sensación de control y a disponer de la opcionalidad en las decisiones, como por ejemplo, poder elegir, poder equivocarnos o decir “no” a las actividades o los compromisos no deseados.
Una vez superado ese umbral, el incremento de ingresos mantiene una cierta correlación positiva con la felicidad, pero su efecto se va diluyendo hasta volverse prácticamente irrelevante. Sin embargo, un estudio de Harvard realizado sobre más de 4.000 individuos de alto patrimonio (The Happiness of Millionaires, 2018) revela que sí existe una relación positiva entre riqueza y felicidad. Aún más interesante: quienes habían creado su fortuna por sus propios medios se declaraban significativamente más felices que quienes la habían heredado. Esta evidencia apunta a una conclusión clave: no solo importa cuánto se posee, sino cómo se ha logrado y con qué propósito se gestiona.
No obstante, el efecto de la riqueza se ve afectado, y mucho, dependiendo con quién se compara uno. Muchas personas prefieren – según demuestran distintos estudios (Luttmer, E. F. P. (2005). Neighbors as negatives: Relative earnings and well-being. The Quarterly Journal of Economics, 120(3), 963–1002.) – ganar menos siempre que ello les sitúe por encima de sus pares, antes que ganar más y sentirse en desventaja. Este hallazgo subraya el peso que tiene el estatus relativo en la percepción subjetiva de la felicidad.
Por sí mismo, el patrimonio no genera felicidad, pero sí ofrece la posibilidad de comprar tiempo, delegar tareas no deseadas, contar con equipos y asesores que faciliten aquellas funciones que no nos satisfacen y, en definitiva, liberar recursos para dedicar más tiempo a lo que realmente importa: relaciones personales, actividades significativas y hobbies. Diversos estudios confirman que destinar recursos a experiencias personales (aficiones, religión u otras), a ayudar a los demás (filantropía) y a consumir bienes y servicios alineados con los propios valores tiene un impacto mucho mayor en la felicidad que el gasto puramente material.
El patrimonio actúa como un multiplicador emocional. Cuando existe una base emocional sólida, la riqueza puede potenciar la calidad de vida, al facilitar acceso a una mejor salud, educación de calidad, entornos más seguros y experiencias culturales enriquecedoras, entre otros beneficios. Sin embargo, en ausencia de esa estabilidad, el patrimonio puede amplificar ansiedades, favorecer el aislamiento o derivar en una vida más superficial.
Además, un elevado nivel de riqueza conlleva su propia complejidad: requiere dedicar más tiempo a la gestión de inversiones, atender asuntos fiscales y legales, y afrontar preocupaciones relacionadas con la privacidad y la seguridad personal.
Observamos cómo algunas familias experimentan estrés derivado de la presión fiscal, la evolución de sus inversiones o la complejidad de gestionar patrimonios compartidos. Es habitual concentrarse en aquello que no funciona o que está fuera de nuestro control —el denominado círculo de preocupación—. Sin embargo, las familias más satisfechas adoptan un enfoque diferente: se centran en el círculo de ocupación, es decir, en aquello sobre lo que sí tienen capacidad de acción. Este cambio de perspectiva no solo mejora la toma de decisiones, sino que reduce la ansiedad y fortalece la relación emocional con el patrimonio.
Por otra parte, el incremento patrimonial puede abrir puertas a círculos sociales más diversos y a experiencias exclusivas, pero también generar tensiones en relaciones previas: diferencias de estilo de vida, planes compartidos menos viables con los amigos de siempre por razones económicas o simplemente de tiempo o aparición de prejuicios y desconfianza. Cuanto mayor es la distancia patrimonial entre pares, más evidentes se vuelven estas fricciones, lo que exige una gestión emocional sofisticada y la definición clara de límites relacionales.
El estudio “Time Use and Happiness of Millionaires” (Paul Smeets, Rene Bekkers, Ashley V. Whillans, Michael Norton) analiza cómo emplean su tiempo personas con altos niveles de patrimonio y cómo esto influye en su felicidad. Se distinguen dos grupos principales:
- Los Affluent, con patrimonio financiero líquido entre 100.000 y 1 millón de dólares (sin contar con su vivienda)
- Los HNWI (High Net Worth Individuals), con activos invertibles superiores al millón de dólares, incluyendo subgrupos como VHNWIs (con ´v” de “very” de 5 a 30 millones) y UHNWIs (con “u” de “ultra” más de 30 millones).
Aunque ambos grupos dedican tiempos similares a las tareas cotidianas, se observan matices interesantes, principalmente en el campo del ocio: mientras los Affluent tienden a consumir ocio pasivo (ver televisión, descansar), los HNWI prefieren el ocio activo y el ejercicio en entornos sociales, el voluntariado o los viajes. Esta elección no es trivial: los HNWI pueden organizar mejor su tiempo (también tenían una mayor autonomía laboral, según las conclusiones del estudio) lo que les ayuda a dedicar más tiempo al ocio activo aportándoles una mayor satisfacción vital, al fomentar la participación social y la sensación de propósito.
En conclusión, el nivel patrimonial puede contribuir a la felicidad, pero su impacto depende, sobre todo, de cómo se consigue, cómo se utiliza y cómo se integra en la vida personal, emocional y relacional. Por ello, la gestión emocional y financiera del patrimonio es tan importante como el patrimonio en sí.
El símil del “iceberg” ilustra bien esta idea: el patrimonio tangible es solo la parte visible; por debajo, los elementos intangibles – valores, relaciones, legado – son los que, bien trabajados, aportan bienestar y, por ende, felicidad a esta y a futuras generaciones. En definitiva, un patrimonio mal gestionado puede convertirse en una fuente de tensiones – habitualmente visibles en los procesos sucesorios –; pero bien orientado, puede ser una herramienta poderosa para vivir con mayor libertad, propósito y felicidad.
¡Feliz verano de parte de todo el equipo de Wealth Solutions y Finletic!
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