La evolución de la economía genera concentraciones de manera natural

Cultura financiera
por Rafael Suárez
31 de agosto, 2024

En la actualidad asistimos a un fenómeno que, quizás, genera inquietud entre los inversores. Este se encuentra relacionado con la concentración de las inversiones en determinados países o sectores. Por ejemplo, en 2008 las empresas cotizadas en EE. UU. representaban alrededor del 40% del total global. Hoy en día, esa cifra ha aumentado hasta el entorno del 65%, a pesar de que Estados Unidos representa el 25% del PIB mundial. O, si nos fijamos en los sectores productivos, también vemos que las inversiones se han canalizado mayoritariamente hacia el sector tecnológico durante las últimas dos décadas, mientras que, a finales del siglo XIX, se dedicaron al transporte, sector que en aquel momento pesaba más de un 60%.

Entonces, ¿son estas situaciones anómalas y motivo de preocupación, o simplemente reflejan un patrón natural? La siguiente fábula nos ayudará a entenderlo mejor:

Había una vez un bosque lleno de vida, donde los pinos crecieron con fuerza hasta dominar el paisaje. Los animales se preocupaban por el equilibrio del ecosistema y se preguntaban si siempre serían los pinos los que reinarían. Sin embargo, con el tiempo ocurrieron cambios naturales, como sequías y fuertes vientos, que derribaron los pinos. En este contexto, otros árboles, como robles y abedules, aprovecharon la oportunidad para crecer y prosperar. Así, el bosque se mantuvo saludable, adaptándose continuamente a las nuevas condiciones que la naturaleza le imponía.

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Con la fábula anterior hemos introducido el concepto de los ciclos, cómo estos cambian y, por ende, favorecen más a unas especies que a otras en cada momento. En nuestro caso, nos interesan los ciclos económicos, y cómo estos afectan a los diferentes sectores de la economía y áreas geográficas. De hecho, en todos los ciclos siempre vemos como hay una parte del mercado que ejerce su dominancia sobre el resto, lo que hace que se vaya comiendo cada vez más tarta del pastel y, finalmente, acabe derivando en una concentración que, a priori, puede parecer excesiva. Para contextualizarlo, observemos el gráfico inferior:

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En él mismo, vemos cómo EE. UU. ha sido el mayor mercado en varias ocasiones, como en el periodo tras la Segunda Guerra Mundial, o con el auge de internet alrededor del año 2000. De la misma manera, también observamos a finales de los 80 el “milagro económico japonés”, y posterior estallido de la denominada burbuja nipona a principios de los 90, que les llevó a un estancamiento económico durante décadas.

Como hemos visto, la historia nos muestra que las concentraciones que se generan en los mercados financieros no siempre son sanas, como el ejemplo de Japón o la burbuja de las puntocom. Al final, lo importante no es la concentración de las inversiones, sino cómo se suceden y capitalizan los ciclos económicos en las distintas regiones del mundo.

Volviendo a la historia reciente, si bajamos a nivel económico / productivo, podemos constatar que EE. UU. ha sido capaz de construir un tejido productivo que ha sabido aprovecharlas oportunidades surgidas en los nuevos mercados a partir de la aparición de internet y, lo que no es menos importante, devolver el dinero a los inversores con una alta rentabilidad. Esta capacidad no ha sido reproducible en ningún otro lugar del mundo durante las últimas dos décadas y posiblemente sea lo que explica la creciente dominancia de EE. UU. y su sector tecnológico en la actualidad. Su impresionante adaptabilidad laboral (movilidad geográfica, mucha flexibilidad laboral), unos mercados de capitales muy dinámicos y una menor carga regulatoria permite a esta región a capitalizar con mayor capacidad los distintos escenarios.

Producto de ello es que, mientras que las compañías estadounidenses han incrementado en un 162% la ganancia media por acción desde 2008, las del resto del mundo han caído un -2%. Y, de esta forma, llegamos a las elevadas valoraciones de las compañías estadounidenses. Naturalmente, esto también ha venido acompañado de mayores retornos en comparación con otros países, siendo esto último lo que, en última instancia, genera esta concentración. Mientras que el S&P 500, índice de referencia de las grandes compañías estadounidenses, ha proporcionado desde la gran crisis financiera de 2008 una rentabilidad del 14,1% anualizado, el resto del mundo, sin contar EE. UU., únicamente ha obtenido un retorno del 6,7% anualizado, lo que supone algo menos de la mitad.

Llegados a este punto nos encontramos con señales mixtas, ya que no sabemos ni cuánto durará este ciclo, ni qué países o sectores serán los dominantes en los siguientes ciclos, lo que nos obliga a diversificar nuestras inversiones y no confiar todo a un único sector o país. Y, por otro lado, por mucho que nos parezca que estos mercados están caros, no podemos decidir no invertir en ellos, pues no ser partícipes del crecimiento de estas compañías nos llevaría a obtener rentabilidades muy inferiores a las esperadas.

Si, además, a todo lo anterior le sumamos que los cambios en los mercados financieros se suceden de forma rápida e inesperada, la diversificación se vuelve esencial para ser capaces de recoger esos vaivenes, aunque por el camino haya inversiones que no aporten una alta rentabilidad en momentos determinados. Volviendo al símil del bosque, si en este no hubieran existido otras especies diferentes al pino, éste hubiera desaparecido. En cambio, aunque durante años las otras especies no aportaron significativamente al ecosistema, cuando se produjo un cambio en el paradigma, fueron estas las que ayudaron a que el bosque sobreviviera.

En conclusión, y aunque parezca contraintuitivo, invertir supone estar presente en múltiples regiones geográficas y sectores en todo momento, con independencia del nivel de concentración o nuestros pensamientos acerca de la evolución futura de la economía global o de ciertos sectores en particular. Para ello, la política de inversión y un marco de inversiones bien definido, nos ayuda a mantener la calma, tanto en momentos de euforia como de pesimismo, ya que nos indicará dónde invertir en todo momento y cuándo realizar cambios en nuestra cartera. Esto nos hará entender las inversiones desde un contexto holístico, como un todo, de tal forma que nuestra cartera de inversiones se adapte en cada momento a la situación actual de los mercados financieros.

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